Al principio, las ovejas, las cabras y las vacas, fueron domesticadas por su carne; la leche y la lana fueron adquiriendo importancia más tarde al irse seleccionando estas características en su crianza. Se ha sugerido que en algunos lugares del Viejo Mundo, a partir del año 3500 a.C. aproximadamente, se produjo un cambio notable: los animales domésticos no se explotaban ya sólo para obtener productos primarios, como carne y pieles, sino también para la obtención de productos secundarios como leche, queso y lana, además de como bestias de carga. Las pruebas arqueológicas de ello residen en tallas y relieves descubiertos en sellos de Mesopotamia con imágenes de ordeño —ordeña—, aradura —arado— y carros (que se supone que eran arrastrados por bueyes). Este cambio, como los orígenes de la agricultura, se ha atribuido al crecimiento de la población y a la expansión territorial, por la que los pueblos se vieron obligados a ocupar entornos más marginales y a explotar de forma más extensiva el ganado del que disponían. Los datos de Europa central respecto a la edad y sexo del ganado vacuno, basados en los huesos encontrados en los asentamientos y en lo que parecen ser cedazos de barro para queso, indican que las granjas lecheras existían allí ya hacia el 5400 a.C.